Una región con minas de oro, uranio y en la que nacen los mayores ríos de su continente, es un país rico o al menos en potencia. Si a eso le sumamos una superficie que haría grande al país más pequeño, llegamos al Tíbet.

Con más de un millón de kilómetros cuadrados, la Región Autónoma del Tíbet es la segunda región más extensa de la República Popular China. Un diamante en bruto si tenemos en cuenta que sus habitantes no se propusieron en ningún momento exprimir la tierra que les alojaba. "Tenemos minas de uranio, pero... los tibetanos no queremos hacer bombas" explica Thubten Wangchen, director de la Fundación Casa del Tíbet de Barcelona.

En otras palabras: el Tíbet no sólo tenía minas de oro y uranio, ¡éstas eran vírgenes! Esa exclamación fue la que Mao-Tse Tung pudo lanzar hace sesenta años. Entonces (el siete de octubre de 1950) 80.000 soldados chinos llegaron al Tíbet con un plan: asentarse y explotar sus recursos. No era una idea nueva. A principios del siglo XX, tanto británicos (colonos en la India), como chinos y rusos habían intentado hacerse con la zona, pero esta vez sería por más tiempo.

Una ilusión olímpica

Las últimas novedades sobre el estado del conflicto chino-tibetano llegaron en 2008. Las olimpiadas que se celebraron en Pekín ese año fueron una oportunidad para mostrar al mundo entero el doble rasero de China. La celebración del evento significó la aceptación de un conflicto en el que China llevaba metida más de cincuenta años.

Sin embargo, dos años después del evento y de la polémica, el problema tibetano ha vuelto a quedar oculto por otras noticias llegadas desde Asia. ¿Por qué? "Nadie quiere molestar a China, nadie quiere perder el negocio de productos baratos" critica Wangchen.

Desde la web oficial de la Administración Central Tibetana, apoyaron la celebración de los Juegos Olímpicos en Pekín a la par que civiles y activistas se alzaban cuando el mundo les miraba. China simuló en julio de 2008 el comienzo de unas negociaciones que no llegaron a ningún puerto. Lhasa (capital del Tíbet) sufrió sus peores disturbios en veinte años.

"Los tibetanos son pacíficos, pero también son gente dura que no pone las cosas fáciles" dice Wangchen. La idea de acomodarse en Tíbet no es cosa de un día.

Un desarrollo con doble filo

El ferrocarril que unió las las capitales china y tibetana en 2006 también era parte de la doble verdad china. "El turismo era la excusa" explica Wangchen, "sólo el 30% de los turistas chinos vuelven, el otro 70% se quedan en Lhasa" donde cobran el doble que en China.

La actividad turística a la región del Tíbet estuvo prohibida entre los años 1963 y 1971. Las "excusas" chinas se venían abajo y la presión internacional no llegaba a serlo. Así, en 2003, la India reconoce a Tíbet como provincia china. Pese a esto, Nueva Delhi decidió que el Dalái Lama y su Gobierno podían seguir exiliados en Dharamsala (India).

La religión y la cultura no iban a ser menos, y en 1978 la confrontación cambió de ámbito por segunda vez. De la política a la religión, en diciembre de ese año, el Comité Central del Partido Comunista Chino. En aquel punto decidieron limitar la tolerancia religiosa tibetana aunque doce antes ya se había producido el primer ataque frontal a la cultura tibetana. En 1966, la Revolución Cultural china destruyó 6.300 templos y lugares histótricos tibetanos.

El largo exilio

En la década de los años 50, con el "Acuerdo de diecisiete puntos" recién firmado (documento con el que la invasión dejaba de serlo a ojos de la opinión internacional), el Dalái Lama (dirigente político y espiritual tibetano) mantuvo contacto con el Gobierno chino. Wangchen explica que fueron nueve los años que China necesitó para construir una red de carreteras mínima, para lo cual necesitaba cierta paz social en Tíbet.

Una vez construidas vías de acceso básicas y bajo la aparente actitud conciliadora, China tenía el terreno preparado para entrar en la región con todo el equipo. La militarización mínima de Tíbet significaba que el conflicto bélico fuese improbable, China lo sabía.

La revuelta tibetana y la reducción brutal de la misma en 1959, fue razón suficiente para que el Dalái Lama y sus ministros se exiliaran. Desde aquel 17 de marzo y hasta hoy, se formó en Dharamsala (India) el denominado Gobierno Tibetano en el Exilio.

El entonces y ahora Dalái Lama (puedes seguirle en Twitter) se dedica a la diplomacia y a atender a los medios de comunicación. A los treinta años de exiliarse (en 1989) recibió el Premio Nobel de la Paz por su intensa actividad en pro de la solución del conflicto entre chinos y tibetanos. Pero el galardón no sirvió de mucho, treinta años después el problema sigue sin resolverse.
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